jueves, 30 de enero de 2014

CANTUÑA Y SU PACTO CON EL DIABLO


Un indio quiteño llamado Cantuña, cometió la locura de firmar un solemne compromiso para construir una iglesia. Se acababa el plazo y la obra estaba a la mitad. Con el esfuerzo humano, era imposible acabar tan pronto, él, demasiado fatigado, consumido por la fiebre y el miedo a ser humillado, pensaba:“Faltan sólo 18 horas para terminarse el plazo”. Los sueños de dicha se iban abajo ante la realidad terrible. Pronto sería encerrado en la cárcel por incumplimiento de contrato. El orgullo del indio le devoraba. 

Ya casi anochecía y el pobre indio ansioso recorría a largos pasos la habitación; creyó distinguir una voz misteriosa que le decía, que el Señor había atendido su ruego y de repente de entre las piedras salió un personaje misterioso, envuelto en manto rojo. Su rostro era oscuro, sudoroso; pero una sonrisa se dibujaba en la boca enorme. Calzaba botas retorcidas y también rojas. 

-Cantuña, le dijo, se cuál es tu dolor; mañana serás desgraciado y sin honra. Pero yo puedo consolarte en tu aflicción. Antes de que asome el alba, el atrio estará concluido; tú, en cambio, firmarás hoy este contrato. ¡Soy Luzbel, y quiero… tu alma! ¿Aceptas? 
El indio no pensó dos veces: 
-Acepto. Pero si al amanecer, antes de que se pierda el sonido de la última campana del Avemaría, no está concluido el atrio; si falta una piedra que colocar, una sola, óyelo bien, el contrato será nulo. 
-Hecho. Firma el documento, contestó el demonio. 

Al día siguiente, cuando empezaba a romper el alba, Cantuña se dirigió presuroso a San Francisco. La obra estaba al concluirse; millones de diablillos rojos cruzaban, como lenguas de fuego, por el espacio, atareados en la construcción del atrio, que majestuoso se alzaba… Y la pobre alma del indígena, estaba ya perdida. Una oración, la última llena de fe y penitencia, salió de sus labios. Luzbel, reía. 
Al amanecer un pálido color violeta empezó a cubrir el firmamento; el sol se desperezaba tras el monte Ichimbía. Lentas, graves y consoladoras sonaron las cuatro campanadas que anunciaban la aurora. 

-¡Victoria!, rugió Luzbel. 
-¡Victoria!, exclamó el indio. ¡Falta una piedra! 

En efecto: un bloque, uno sólo, faltaba aún. El alma de Catuña se había salvado… ( porque en su sapiencia escondió ese bloque dentro de su poncho) 

Satanás, maldiciendo, se hundió en los infiernos, con sus diablillos. El alma del indio estaba libre; y como recuerdo, el atrio alzábase solemne, frente a las miradas de los creyentes quiteños. Y HASTA HOY FALTA LA PIEDRA EN LA IGLESIA, cuentan algunos que si llegan a poner un bloque... la iglesia se derrumbará 
Leyendas Urbanas del Ecuador - Parte 1

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